Otra vez la feria del Libro de Tijuana
USTEDES DISCULPEN
Por Alfonso López Camacho.
Año tras año, la Feria del Libro de Tijuana es criticada, de buena o mala fe, por cierto círculo de intelectuales, principalmente en lo que atañe a la oferta bibliográfica y sus sellos editoriales, cuyo fondo más importante se canaliza a través de la Unión de Libreros de Tijuana, fundadores de la feria en el año de 1980 y protagonista necesario en una actividad de esta naturaleza.
Una buena parte de la crítica (que anhela una feria a medida de sus deseos) revela un limitado conocimiento de las circunstancias que propician y condicionan la organización de nuestra Feria del Libro, siendo necesario establecer (sin afán pedagógico) cuatro premisas y comentarios adicionales que centren la realidad y aclaren la visión de quienes, sinceramente, quieren aportar ideas y trabajo para que la feria eleve su nivel en la dirección que la realidad lo permita.
1.- Por tradición, durante siglos, la librería ha sido el eslabón final de la producción y distribución del libro que llega al lector en cualquier punto de la geografía universal desde el impulso de una empresa de carácter familiar; espacio en el que convergen una actividad cultural y mercantil, cuyo crecimiento cuantitativo y cualitativo mucho depende del desarrollo intelectual de la sociedad. No es posible el crecimiento librero sin una política de estado que propicie una educación de calidad orientada a la formación humanística del ciudadano, de tal manera que la mayor o menor importancia de una feria del libro de determinada ciudad estará siempre unida a este principio elemental que los críticos deberían observar.
2.- Históricamente, sin distinción de país, la feria del libro ha sido impulsada por los libreros en forma individual o colectiva, a través de sus gremios, y Tijuana no podía ser la excepción. Nuestra feria del libro se inicia con la participación colectiva de nueve libreros en 1980 y después de transcurridos 31 años, en su reciente XXIX edición, concurren diez libreros y dos agentes de editoriales con presencia en la ciudad, lo que representa un crecimiento ínfimo frente a una población que supera los 2millones de habitantes (y más de 20 universidades), alrededor de los que ha proliferado una infinita oferta de satisfactores destinados a una sociedad de consumo iletrada y alejada de la cultura.
3.- La presencia del librero en la ciudad, que durante años viene ejerciendo su profesión integrado a su dinámica económica y social, justifica el principio de defensa de sus intereses frente a cualquier competencia que pretende temporalmente usufructuar un mercado del que está ausente todo el año, como ha sucedido en algunas ocasiones, argumentado su visible oportunismo bajo el amparo demagógico del carácter cultural del libro. Sin embargo, nuestro gremio siempre ha estado abierto y ha aceptado, cuando no promovido, cualquier propuesta librera o editorial que se integre a la feria desde el respeto a las reglas de convivencia establecidas, como ha sido el caso de Librerías de Cristal y Gandhi, en los últimos años.
4.- Es necesario precisar que estas ferias populares en las que el librero sale a la calle en busca del ciudadano, sea o no lector, nada tienen que ver con las ferias o congresos con participación directa del editor que se llevan a cabo para los profesionales del medio: libreros, distribuidores, autores, agentes literarios, entre otros. En Europa y EE.UU. se celebran sin acceso al público consumidor, contrariamente a lo que ocurre en los países de América Latina que se convierten en macro-librerías, en una acción desleal que invade el mercado natural del librero, su cliente de todo el año y el eslabón último de su cadena comercial por derecho propio. La FIL de Guadalajara es el ejemplo más cercano que, recurrentemente, se cita como punto de referencia en un absurdo agravio comparativo que ignora dos realidades claramente diferenciadas.
En la edición de este año, la Unión de Libreros exhibió alrededor de 200 editoriales nacionales y extranjeras, con la presencia de los sellos más importantes de sus catálogos, pero también editores independientes, entre los que se encontraban: Aldús, Verdehalago, Sexto Piso, Debate Feminista, Moho, Almadia, La Cabra, Quimera, El Milagro, Juan Pablos, Tinta Roja. Por invitación de la coordinación del IMAC estuvieron presentes las publicaciones de la UNAM, INAH, Universidad Veracruzana, Universidad de Sonora, integradas en la carpa principal. Una oferta diversa que cubre todos los géneros del conocimiento y resiste con ventaja la comparación con otras ferias de su clase. Véase nuestro propio estado, e incluso la reciente y publicitada “Léala” de L.A., con todo el respaldo de la universal FIL.
La creación del IMAC en 1998, con un primer Director que aquilata la gran importancia de la Feria de Libro como parte sobresaliente de las actividades que el bisoño Instituto estimula y promueve, le da un notorio impulso y eleva su carácter festivo y cultural con la suma de otras disciplinas afines. Desde esta fecha de referencia, de gran importancia en su devenir histórico, la Feria se integra al calendario cívico de la ciudad y manifiesta su naturaleza de interés social, no siempre entendida por el funcionario que la ve como un proyecto de personal innovación y lucimiento, menospreciando su trayectoria y experiencia acumulada. Por iniciativa del IMAC, en el 2001, la feria regresa a su origen urbano con una nueva estructura que ofrece un mayor espacio, facilita la circulación y mejora su imagen.
En los últimos años, la incomprensión de los funcionarios que se suceden ha venido siendo un obstáculo para integrar un Consejo Consultivo que aporte ideas y trabajo para que la feria crezca con nuevas iniciativas. Pese a todo, durante la administración del XIX Ayuntamiento, la Junta de Gobierno del IMAC aprobó dos puntos importantes. Por primera vez, después de muchos años de insistencia, se asignó una partida etiquetada exclusivamente para la Feria del Libro por un monto de $600mil pesos, con el fin de no distraer recursos del presupuesto general, como venía siendo costumbre; asimismo se aprobó la creación de un Consejo Consultivo, sujeto a una convocatoria abierta a los ciudadanos, como complemento de la instituciones tradicionalmente representadas, cuya presencia, dicho sea de paso, ha sido meramente decorativa, sin propuestas ni capacidad de decisión. Mientras el primer acuerdo se ha hecho efectivo, el segundo ha sido negado por la dirección del IMAC, desde una actitud incomprensible, celosa, impropia de quien debe promover la presencia ciudadana como parte fundamental del ejercicio de una sociedad democrática.
No está de más repetir que nuestro gremio arrastra las debilidades propias de su subdesarrollo. Reflejo de las limitaciones económicas es su limitada capacidad operativa que lastra su autonomía y lo remite a la precariedad de los primeros años, en los que no se contaba con el apoyo de la administración pública; de ahí que entendamos la decisiva participación del IMAC en una actividad que prestigia a Tijuana. Pero no siempre el funcionario tiene una visión justa y sensible del librero como actor cultural, más bien lo identifica desde la inseparable vertiente mercantil de su oficio; y así no es de extrañar que en lugar de apreciar el valor simbólico del libro, se destaque su faceta mercantil, que en palabras de la directora del IMAC “...representa una sustanciosa actividad comercial”, que, en todo caso, habría que celebrar como un recurso que ayuda a mantener las librerías de la ciudad, puntos de apoyo de carácter estratégico para la educación, no sólo académica, en un escenario nada promisorio.
Cabe suponer que esta equívoca percepción (del gran negocio de la feria para los libreros), ya manifestada en su efímera dirección del Instituto en el 2005, es el argumento que justifica a la directora del IMAC el sensible aumento del 50% en la aportación económica de los libreros, que los lleva a reducir su área de exhibición.
Todo esto nos habla de la incapacidad de entender aspectos esenciales de nuestra realidad social, al tiempo que se carece de habilidad e imaginación, por no decir interés, para darle destino al recurso de cerca de 3Millones de pesos del que se disponía para la vigésima novena edición de la Feria del Libro de Tijuana. Esta abundancia excepcional en el apartado de INGRESOS, con los que se contaba por primera vez, exigía una minuciosa planeación y un detallado presupuesto de EGRESOS relacionados con el fin para el que fueron etiquetados.
En este sentido, un Consejo Consultivo, plural y diverso en sus voces e ideas, trabajando unidos a la dirección del IMAC, hubiese sido de gran ayuda para orientar el gasto de un dinero que no se ha invertido y representa un precedente negativo, de difícil justificación ante la Federación, de donde llegaron los apoyos importantes que se gestionaron en los dos últimos años.
En todos estos años en los que el IMAC asume el peso económico y logístico de la feria, con la responsabilidad que supone administrar los recursos públicos y el compromiso de servir a su comunidad, el gremio de libreros ha colaborado en la medida de sus posibilidades profesionales y económicas, sin negar la búsqueda de un rendimiento que es imprescindible para mantener su actividad. Desde esta colaboración cercana, la feria adquiere un nuevo perfil y despierta el interés ciudadano.
Inevitable manifestar que la relación entre la C. Elsa Arnaiz Rosas, actual directora del IMAC, y la Unión de Libreros, no ha sido lo armoniosa que requiere un trato respetuoso entre pares. Se ha hecho evidente la actitud autoritaria que adorna a la mayoría de los funcionarios, de la que aflora un ordeno y mando, y si no me gusta el juego rompo las cartas (o lo que es lo mismo: si no están de acuerdo hagan ustedes su feria), desvirtuando el compromiso tácito que el Instituto Municipal de Arte y Cultura , al margen de coyunturas políticas y actitudes personales, ha asumido con la tradición de una feria del libro con tres décadas de historia y un vínculo real con la sociedad lectora.
A estas alturas de la historia, no es de recibo que la C. Elsa Arnaiz Rosas, directora del Instituto Municipal de Arte y Cultura manifieste en su carta del 25.04.11, con gratuita displicencia: “Sería interesante que la Unión de Propietarios de Librerías y Papelería de Tijuana gestionara recursos de CONACULTA y organizara su próxima Feria del libro, así podrán valorar y apreciar la tarea monumental que implica” Parece desconocer la ilustre funcionaria que la Feria del Libro de Tijuana, durante muchos años de su existencia, vivió sin el apoyo del IMAC (todavía no existía), y mucho menos de los 2Millones de pesos, de incierto destino, adjudicados por CONACULTA este año. Fueron, eso sí, con el permiso de los intelectuales inconformes, ferias más modestas, menos pretenciosas, con las carencias propias de un gremio de libreros que era, y es, reflejo del subdesarrollo intelectual de la sociedad de la que procede y de la ausencia de una política de estado incapaz de transformar nuestra lacerante realidad.. No se le deben pedir peras al olmo.
Publicado en el suplemento Identidad, del diario el mexicano, 3 de julio de 2011, Tijuana, B. C.